lundi 4 mai 2009

ME PONDRÍAS UN POCO DE VINO EN EL SULFUROSO?

Pues eso es la reflexión que nos seria legítimo de hacer después de haber ido a la muy famosa feria de Falset.
Aunque no me hago nunca mucha ilusión, cada vez que me voy a una feria de vino, me queda siempre la esperanza que a lo mejor, encontraré a un viticultor que allí se habrá perdido, un viticultor que, si por lo menos no está totalmente rendido en la elaboración de un vino natural, por lo menos está en el camino, no tiene todas las puertas cerradas, no está momificado por sus certidumbres, no está paralizado por sus temores a ser diferente de los otros. De hecho, es por este rayito de esperanza que sigo yendo a este tipo de evento.

Y esta feria se anunciaba mucho más divertida visto que Laureano Serres y yo nos habíamos dado cita allí.


Por desgracia, Falset no nos reservaba ninguna sorpresa, todo lo contrario. Falset nos ha francamente asustado.
Por el nivel entre bajo y muy muy bajo de los vinos presentados, cada uno pareciendo el clon del otro: vinos sin acidez, sin fluidez, alcoholizados, tan marcado por la barrica que cada uno tendría derecho a preguntarse si todavía estas bebidas se podían llamar “vino”. Verdaderamente, Laureano y yo no conseguimos tragar más de dos vinos y ojo, a nosotros nos gusta beber!
Por los niveles de sulfuroso que los viticultores se atrevían a comunicarnos! Tranquilamente niveles de 25, hasta 30 mg de SO2 libre! Para información, el nivel máximo legalmente autorizado en un vino es de 30 mg de SO2 libre, sabiendo que la enología moderna considera que un vino está totalmente protegido a 15 mg. Si Santi Santamaría hablaba con toda la razón de los efectos, entre otros, laxante de algunos aditivos que se utilizan en la “cocina molecular”, nosotros nos podemos sin duda interrogar sobre un problema de salud pública en cuanto a los niveles de sulfuroso que se encuentran en los vinos.
Evidentemente, y diría sin sorpresa, a parte de algunos pocos, la viticultura ecológica no había todavía llegado (el gota a gota si!), cada uno escondiéndose detrás del inevitable “utilizamos lo mínimo” o del “sin un sistémico, no hay manera”.

En fin, cuando nos dimos cuenta que, incluso escupiendo, nuestras neuronas empezaban a advertirnos que el dolor de cabeza no estaba muy lejos, nos fuimos a recoger en nuestros coches algunas botellas de Laureano así como un pan de payes de Baluard, una llonganissa y un manchego para acompañarlas dignamente, y finalmente nos quedamos en el parking a probar algunos vinos de sus últimos depósitos, comer y charlar largas horas en lo que fue sin duda un momento para recordar.

El vino siempre ha sido, y siempre será un vinculo de alegría, de intercambio, de fraternidad. Era bastante abrumador ver en esta feria cuanto a la mayor parte de los dueños de cada bodega les parecía costar hacer probar sus vinos, las pocas ganas que tenían de compartir los vinos que habían elaborado. De la misma forma, encontrábamos pocas sonrisas en los visitantes, quizás por el alto precio de la entrada, del racionamiento de los tickets para probar cada vino (menos mal que la mayor parte de los viticultores no pedían estos tickets para servir sus vinos), sin duda por el efecto cansado y destructivo que tienen sobre nuestro organismo estos vinos sin vida.